Soy Daniela, 42 años, ejecutiva en una empresa de marketing en Caracas. Mi vida era un caos de estrés laboral hasta que Andrés, el pasante de 21 años con esos ojos verdes y ese cuerpo que me tentaba, cruzó mi camino. Lo que empezó como un juego prohibido en mi despacho se había convertido en una adicción. Esa noche, después de que él se derramara dentro de mí y me dejara temblando de placer, pensé que todo quedaría como un secreto ardiente entre nosotros. Pero no conté con los ojos celosos de Mariana, la otra pasante. Mariana era diferente. De 23 años, con un cuerpo esculpido y una mirada intensa, siempre me observaba con una mezcla de admiración y deseo que no supe descifrar al principio. Era lesbiana, lo sabía por rumores en la oficina, y ahora entendía que su interés no era casual. Los días siguientes a mi encuentro con Andrés, noté cómo me seguía con la mirada, cómo sus manos se tensaban cuando él se acercaba a mi escritorio. Los celos la consumían, y yo, en mi torbellino de ...
Si se escribe, perdura.