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Mostrando las entradas de julio, 2025

Daniela. La Ejecutiva Que Sucumbió A Sus Deseos (PARTE 2)

  Soy Daniela, 42 años, ejecutiva en una empresa de marketing en Caracas. Mi vida era un caos de estrés laboral hasta que Andrés, el pasante de 21 años con esos ojos verdes y ese cuerpo que me tentaba, cruzó mi camino. Lo que empezó como un juego prohibido en mi despacho se había convertido en una adicción. Esa noche, después de que él se derramara dentro de mí y me dejara temblando de placer, pensé que todo quedaría como un secreto ardiente entre nosotros. Pero no conté con los ojos celosos de Mariana, la otra pasante. Mariana era diferente. De 23 años, con un cuerpo esculpido y una mirada intensa, siempre me observaba con una mezcla de admiración y deseo que no supe descifrar al principio. Era lesbiana, lo sabía por rumores en la oficina, y ahora entendía que su interés no era casual. Los días siguientes a mi encuentro con Andrés, noté cómo me seguía con la mirada, cómo sus manos se tensaban cuando él se acercaba a mi escritorio. Los celos la consumían, y yo, en mi torbellino de ...

Daniela. La Ejecutiva Que Sucumbió A Sus Deseos (PARTE 1)

Soy Daniela, 42 años, ejecutiva en una empresa de marketing en Caracas. Mi vida es un carrusel de estrés, reuniones interminables y plazos que me ahogan. Divorciada, sin hijos, mi cuerpo sigue siendo mi orgullo —gracias al gimnasio al que me arrastro a pesar del cansancio—, pero mi vida personal es un páramo. Hasta que llegó Andrés, el nuevo pasante. Veintiún años, alto, con una sonrisa que debería ser ilegal y unos ojos verdes que me desnudan sin tocarme. Lo que empezó como miradas furtivas en la oficina se convirtió en un incendio que no pude controlar. Era viernes, pasadas las siete de la noche, y la oficina estaba desierta. Yo seguía en mi despacho, atrapada en un informe que debía entregar el lunes, cuando Andrés tocó la puerta. Su camisa blanca se adhería a cada músculo de su torso, y esos jeans… Dios, dejaban poco a la imaginación. —Daniela, ¿te ayudo con algo? —dijo, apoyándose en el marco de la puerta con una confianza que me hizo apretar los muslos bajo el escritorio. Lo miré...