Fue una semana de full ajetreo, entre las distintas cosas.
Vi cómo me iba adentrando más y más entre los asuntos de la obra, las proyecciones, los planos y mis distintas charlas con los obreros.
Me gustaba la manera en la cual la libertad de hacer lo que quisiera en aquel lugar era un sello distintivo.
La obra en cuestión, era el sueño de Mauricio. Constaba de una arquitectura que reposaba en la visión de un lujoso hotel, el cual, más allá del concreto y su armadura, quería fungir como el símbolo del crecimiento económico que experimentaba la nación para ese entonces.
"Ya veo que estás hecha toda una experta en los asuntos de la obra" - exclamó Jorge, mientras me servía el acostumbrado café de las mañanas.
Jorge estaba bastante satisfecho por mi desempeño. Me gustaba esa forma en la cual cuidaba de mí, me hacía partícipe de las reuniones de proyección, sus charlas de negocios, su visión de grandeza en sus obras; en fin; Mauricio era en verdad ese padre que hubiese querido tener.
En cuanto a la relación que estaba llevando con Ignacio, estaba tomando un matiz diferente. El día a día con él, hizo que nos tomáramos muchísima confianza. Roces supuestamente inocentes, unas miradas bastante sensuales, muecas de labios delatores y hasta el punto de besarnos en la oficina junto a ciertos toques a la hora del almuerzo, fueron los alicientes que provocarían sin evitarlo nuestro primer encuentro carnal.
En una de tantas charlas de rutina, me dijo:
“¡No puedo esperar a verte en este hotel!”.
“¿De que hablas Ignacio?” - le pregunté con genuino interés.
“Pues que, al terminar esta obra, me gustaría traerme aquí y culminar en tu piel estas ganas que tengo de devorarte”.
Oír esto de parte de Ignacio, realmente me hizo mojarme. Este hombre expelía una sensualidad y masculinidad tan marcada, que no era a mí sola a quien le hacía “mover el piso”. Muchas de mis otras compañeras de labores, se morían por siquiera compartir unos minutos cerca de este adonis.
Su perfume varonil, su aire de seguridad de un hombre en sus 30’s, su altura, su outfit…¡Ummm!...podía intuir las delicias que se avecinaban con nuestro primer encuentro.
Como les venía contando, la semana fué bastante movida y el día Jueves, Ignacio me sorprendió con un “atrevimiento”:
“¿Sabes?, realmente no quiero esperar a que esté lista esta obra para poseerte” - dijo sin tapujos.
Tanto fué así que no pasó mucho tiempo para que me invitase a cenar con su respectivo desayuno.
"Te voy a esperar en la zona F del estacionamiento del centro comercial" - decía el mensaje de whatsapp de Ignacio.
Yo, de lo emocionada que estaba, apuré todos los pendientes en mi oficina asignada, hasta que mi curiosidad, por un ruido contínuo me hizo husmear.
Era ya casi de noche y escuché el típico sonido del agua cuando cae.
Mi curiosidad me dominó y de manera sigilosa, me dispuse a caminar lentamente hacia aquel rancho improvisado de los obreros; el lugar en donde ellos se cambiaban (aseaban), luego de sus jornadas laborales.
¡Lo que mis ojos vieron fue de locura!
Allí, alegre y relajado estaba Don Eustaquio dándose una ducha.
Pude divisar como el agua caía por su fornido cuerpo de hombre trabajador y colgaba entre sus piernas, uno de los penes más enormes que he visto en mi vida.
El viejo realmente estaba disfrutando su ducha, ya que andaba tarareando una canción.
"¡Guao!...que inmensidad de cosa, tiene Don Eustaquio" - dije para mí misma, no sin antes, como por instinto, pasar de forma suave, mi lengua por mis labios. Yo realmente me desconocía, ya que días antes, estaba evitando el contacto con este señor.
Por unos segundos quedé suspendida en mis pensamientos, cuando de repente, siento vibrar el celular. Era Ignacio repicándome. Eran las 7:11 pm.
Me dirigí hasta el lugar acordado e Ignacio me dijo: "Ummm... Me gusta como te queda ese jeans, pero esta noche te lo quitaré a lo salvaje".
La cena fué bastante simple. Un rico sushi, unas gaseosas, junto con una charla trivial, que más que aplacar un poco las ganas, pues, hizo que nos alentara mas nuestro encuentro.
Culminamos la cena e Ignacio y yo, nos dirigimos a un hotel muy lujoso a las afueras de la ciudad.
Al entrar en la habitación, no dimos tiempo ninguno a la apertura. Como dos salvajes, nos comenzamos a desvestir.
Ignacio me cargó desnuda y me lanzó sobre la cama de sábanas blancas frías y mi cuerpo bien ardiente.
Abrió mis labios de una manera bastante delicada (no sé como lo hizo ante tanta humedad).
Entonces, en un movimiento con más atención, descapullo mi muy hinchado clítoris, el cual lo olió e hizo un gesto de satisfacción y leve ansiedad. Lo observó con tal cuidado que su mirada reflejaba hambre insaciable. Intuyo que Ignacio lo vió e imaginó como si de un exquisito manjar fuese a degustar.
Fue acercando su lengua mojada a mi ansioso clítoris que pedía a gritos ser comido y retorcido de las mil formas posibles.
Pensé y gemí: ¡Dios, que rico! (cuando posó su lengua en mi cumbre de placer), y empezó a tambalear su lengua sin rumbo definido. Hacia un lado, hacia el otro, tambaleos fuertes, tambaleos suaves, mí clítoris estaba siendo atacado en todos los flancos posibles, y con ello, Ignacio me estaba propinando una suculenta posesión de mi intimidad , que me hacía morder los labios y retorcerme entre las suaves sabanas del lujoso hotel.
“¡Así, así…sigue así, ummm, que rico lo haces!” - alcancé a decir faltándome el aire.
“¡Ummm, que rico néctar tienes, caramba!, ¡me empalagas!” - dijo Ignacio, con triunfo.
Tomó dos de sus dedos, los lamio, y los puso en la entrada de mi gruta, como tentándome a que yo misma le dijera qué hacer.
“¡Te oí Ignacio…metemelos!”- prácticamente le ordené y un sonido divino de la mezcla de su humedad y la mía nos adentramos en una escena de más morbo a nuestro encuentro.
Ignacio, procedió a empujar sus húmedos dedos en mis pliegues con una lentitud que me desesperaba.
“¡Dame más rápido, porfis!” - le indiqué. Ignacio sincronizó el movimiento de su lengua sobre mi clítoris, con un delicioso mete y saca de sus dedos, que avivaba hasta el límite mi primer orgasmo.
Fué cuando ya sentía que me acercaba al máximo placer, cuando le dije a Ignacio: “¡Así, así, así, así papi, asi!” y unas convulsiones descontroladas de mi pelvis se apoderaron de todo mi cuerpo, como si de choques eléctricos en toda mi piel se tratase, y llegué a un orgasmo extremadamente placentero, que me hizo viajar al silencio total y al encuentro del disfrute de mi ser y mi esencia.
Ignacio retorcía toda su cara contra mi vagina, bañándose de mi humedad pegajosa.
Yo sentía que pendía de un hilo en donde me faltaba mi respiración, mientras un vacío silencioso envolvía todo...
[…CONTINUARÁ…]
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