Ah, el carnaval. Esa época del año en la que la sociedad, tan pulcra y civilizada durante el resto del calendario, decide colectivamente que es momento de regresar a sus raíces más primitivas.
Porque, ¿qué mejor manera de honrar la cultura y la tradición que con una guerra abierta de agua sucia, pintura sospechosamente industrial y un uso completamente ilegítimo de los productos básicos de la despensa?
Desde mi trinchera como analista experto en comportamiento carnavalesco y vandalismo light, puedo afirmar con certeza que estas festividades no son solo una excusa para tirar harina como si estuviéramos preparando una pizza gigante.
Lo que aquí ocurre es un fenómeno de liberación social disfrazado de tradición. Es un caos meticulosamente organizado.
Fases del Crimen Festivo
1. La Justificación Moral: "Es Carnaval, todo se vale"
Aquí es donde la civilización se toma un respiro. Durante el resto del año, lanzar un huevo a un desconocido podría considerarse una agresión, pero basta que el calendario diga "Carnaval" para que, mágicamente, se convierta en un gesto de hermandad. Una oda a la convivencia, si se quiere.
Si en la vida cotidiana alguien te persigue con un globo de agua lleno de un líquido de dudosa procedencia, corres y llamas a las autoridades. Pero en carnaval, te ríes, aceptas tu destino y piensas que quizá te lo merecías.
2. La Selección de Víctimas: "Yo solo juego con mis amigos" (mentira)
En teoría, la regla de oro es que solo se juega con quien está de acuerdo. Pero, vamos, sabemos que eso es una vil excusa para elegir a las víctimas más vulnerables:
- El que está bien vestido.
- El que claramente no quiere jugar.
- El que se está escondiendo (porque si te escondes, es que quieres que te encuentren, obvio).
3. La Fase de Expansión: De juego a mini guerra civil
El carnaval comienza con pequeños juegos inofensivos. Un globito de agua por aquí, un poco de harina por allá… Pero, como buen fenómeno social descontrolado, en menos de dos horas ya se ha formado una especie de Mad Max tropical, con equipos organizados, emboscadas y tácticas de guerra que harían llorar de emoción a Napoleón.
Aquí es donde vemos la verdadera esencia del carnaval:
- El francotirador de globos: Aparece de la nada y, con una puntería olímpica, te deja empapado con un impacto en la nuca.
- El químico improvisado: Mezcla pintura con cualquier sustancia pegajosa para asegurarse de que su ataque no sea solo visual, sino sensorial y existencial.
- El psicópata de la harina: No se conforma con una simple rociada, quiere verte convertido en una empanada humana.
4. La Negación de Responsabilidad: "Yo no fui"
El día después del carnaval es un festival de amnesia colectiva. Nadie recuerda haber embadurnado de azul a la señora que iba al mercado. Nadie confiesa haber escondido globos en el congelador para que dolieran más. Nadie admite haber usado agua de una fuente cuya procedencia jamás debió cuestionarse.
Y así, el ciclo se repite año con año.
Porque, al final del día, el carnaval no es solo una fiesta. Es un recordatorio de que, en el fondo, la sociedad solo está a un par de globos de agua de volverse una horda salvaje.
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