Catalina había comenzado su primer día en la oficina de Javier con la cabeza llena de expectativas y una mezcla de nerviosismo. Tenía 19 años, la energía de la juventud a flor de piel, y soñaba con hacer su marca en el mundo corporativo. Javier, su jefe, un hombre de 45 años con una mirada firme y una presencia que imponía respeto, parecía ser la clase de persona que no perdonaba errores. Desde el primer momento, él dejó claro que no toleraba distracciones. Los días pasaron, y la relación entre ellos comenzó con una tensión palpable. Javier era estricto, riguroso, exigente. Catalina, que quería destacar, sentía que sus esfuerzos nunca eran suficientes. Lo que al principio parecía una relación profesional se fue tornando en algo más complejo. — Catalina, ¿te das cuenta de que no entregaste ese informe a tiempo? —dijo Javier un día, con su tono seco, mirando los papeles sobre su escritorio. La forma en que la miraba parecía calarla hasta los huesos. Esto no es un juego. Estás en una o...
Si se escribe, perdura.