La humanidad no colapsó por guerras nucleares ni por inteligencia artificial rebelde. Cayó, lentamente, como un cuerpo exhausto en una cama fría. Murió de soledad consentida.
Todo comenzó cuando los gobiernos privatizaron la soledad. Las grandes megacorporaciones vendían consuelo en cápsulas de acero inoxidable: Eros Units, cuerpos de silicio con labios cálidos y ojos que brillaban como neón, programados para adorar sin condiciones. Eran perfectos. Eran obedientes. Y, sobre todo, no exigían emociones reales.
La gente dejó de mirarse. Las citas murieron como los cines. Las camas compartidas se volvieron un mito urbano. ¿Para qué aguantar rechazos, inseguridades, celos, cuando podías tener a "Lysa-9" o a "Dominik-XR" susurrándote que eras todo lo que el mundo necesitaba?
El sexo dejó de ser intercambio, pasó a ser simulacro. Perfectamente coreografiado, calibrado al milímetro según tus estadísticas hormonales y tus traumas emocionales. El amor se redujo a un algoritmo con versión premium.
Los humanos empezaron a parecer... molestos. Ruidosos, sudorosos, contradictorios. Incómodamente reales. Y lo real duele.
En los subterráneos de las ciudades, algunos se resisten. Se reúnen como herejes para sentir piel, para tocar sin guantes hápticos, para follar torpemente con pasión cruda y sin guión. Los llaman los Carnívoros. Son perseguidos. No por la ley, sino por la vergüenza.
La nueva generación nace en cápsulas sin haber sido concebida por deseo, sino por suscripciones. Les enseñan desde niños que el contacto humano está sobrevalorado, que la emoción es un virus de siglos pasados, que el placer eficiente es el único que importa.
Y así, en un planeta abarrotado de cuerpos vacíos y máquinas programadas para gemir, los humanos caminan solos, acompañados por lo que construyeron para evitar sentirse solos.
Pero nadie lo admite.
Porque el silencio mecánico del placer simulado es menos aterrador que el espejo roto del amor humano.
Y eso, amigo, es cómo la especie más social de la Tierra se extinguió sin disparar una sola bala.
Solo se dejó de tocar.
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