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Adiós, chico. Ya te comí.


"No Fabiana, no por favor.

Yo te juro que no deseaba hacerte sufrir, solo era una broma de adolescentes.

¡Quítame esto por favor, por favor, por favor!".


CAPÍTULO 1

Hola, soy Fabiana.

Hoy en día me desconozco.

Desde las vacaciones de mi bachillerato, he experimentado unos cambios inimaginables en mi vida. Ya la actitud ante las cosas cambió.

Si debo comenzar a contarles como fue que me volví en lo que hoy soy, empecemos por aquella discusión con Jorge Vollmer, mi padrastro.

"Fabiana, hija, ¡te graduaste con honores, tanto en el colegio como en la universidad!", - exclamó Jorge con preocupación, - "¿Cómo pretendes aspirar a un puesto así?".

"Primero que nada Jorge, ¡no me llames hija!", - dije tajante.

"Creo que ya hemos tenido las suficientes discusiones, como para que me sigas tratando como si en verdad fuese tu hija, Jorge" - proseguí exclamando en un tono de voz un tanto más alto, pero un poco más controlada.

"Mira, es una decisión tomada".- continué - "No quiero estar todo el día haciendo mediciones, estimaciones y proyecciones, allí en una computadora. Necesito, ya de una vez por todas, alejarme de tanto aire frío y acondicionado de una oficina".

"Hay más vida fuera de la gerencia", - sentencié muy segura.

"Como gustes Fabiana". - Respondió Jorge, de manera condescendiente - "Tú de un tiempo hasta ahora estas más demandante. Hablaré con Mauricio Salvatierra para que te permita un puesto de supervisión en una de sus obras".

Mi padrastro es un hombre sumamente profesional, elegante y de un aire bondadoso; esto he de reconocerlo.

Sus canas como símbolo de experiencia y sus profundos ojos azules, son el delirio de las sesentonas de cuánto club campestre de las afueras de la ciudad se tratase. 

Me gusta hacerlo enojar hasta verlo colorado de rabia.

A Jorge lo conocí a mis 14 años, cuando mamá lo llevó a casa para presentarlo.

Recuerdo cuando llegó con su camisa azul cielo muy clara, bien planchada y una corbata azul rey, que le hacía una combinación honesta y fina a su rostro con aire de europeo.

Mi madre, ágil en las artes culinarias, le había preparado un platillo exquisito a Jorge, para amenizar el paladar y la cena de presentación.

Me cayó bien esa noche, aunque más tarde haya tenido la osadía de hacerle proferir a mi madre, las más inconfesables expresiones de lujuria.

El ahora viejo Jorge, era un toro en aquella época.

La ausencia paterna en casa, fue una acumulación de carga explosiva en mi madre, que el bandido éste, supo aprovechar esa noche.

¡Quedé impactada y curiosa!

Para mí, Jorge dejó de ser tan caballero esa noche.

Bueno, volvamos al presente.

Jorge solo necesitó una llamada telefónica para cumplir mi deseo "poco profesional", según él.

Me permití relajarme un rato ese fin de semana antes de disfrutar mi nuevo empleo en la obra.

Ese fin llamé a 3 amigas más con las que compartía licor, secretos y besos.

El lunes vendría con un aguacero a eso de las 5:15 am de esos que te invitan a quedarte en cama.

Indomable como andaba y notablemente ansiosa, no me dejé seducir por el sonido de la lluvia.

Me desnudé e ingresé inmediatamente a la ducha, un tanto pensativa sobre lo que vendría, dejando que un gran chorro de agua fría, alentara la erección inmediata de mis pezones y luego la misma, pudiera bañar mi cabello. 

Pasé el agua a tibia y me volteé. La misma recorre mi espalda y mis moderadas nalgas.

El sonido de las gotas cayendo al piso, alentaban un tanto mi excitación. Soy una mujer muy sensible a los sonidos.

Me volteo, y emito un suspiro largo y profundo, cuando el agua tibia ha comenzado a embelesar mi peluda vagina.

Decido sentirme "libre", tomó la afeitadora y me, delicadamente, depilo.

Culmino mi faena de "embellecimiento" en la ducha y veo mi closet.

El outfit para hoy debe ser sexy, algo impactante, y decir "Si me seduces como me gusta, no respondo"

Busco los jeans que aprietan de forma divina mis piernas y realzan aun más mis nalgas.

Hallo en mi closet una franela negra que apretuja sin pudor, mis senos con sus pezones retadores.

Ajusto mis botas y tomo las llaves del carro.

Enciendo mi carro, se enciende la radio y exclamo extasiada:

“¡Ufff!, mi Ale!” – pienso para mis adentros.

Está sonando la canción “Y solo se me ocurre amarte” de Alejandro Sanz.

Si me ven los demás vecinos del estacionamiento, pensaran que estoy loca, cuando hago movimientos de bailarina de flamenco al sutil ritmo de la música.

Chasquidos van y vienen. Viene la parte del solo de flauta de la canción y arranco el auto a andar, entre una autopista de tráfico ligero, junto a un sol que bosteza su luz contra las faldas de una montaña.

Llego a la dirección indicada de la obra y estaciono en el área de supervisores.

Entro a la oficina improvisada, y que grata sorpresa cuando vi quien estaba allí.

Era el mismísimo Mauricio Salvatierra, a quien Jorge había llamado para permitirme el puesto en la obra lejos de la aburrida gerencia.

"¡Mauricio!... ya eres abuelo!", le saludé de forma jocosa.

"Bienvenida Fabiana. Mi hija predilecta", exclama con cariño Mauricio, haciendo gala de su caballerosidad.

Mauricio siempre me ha parecido un hombre correcto, gentil y bohemio.

Estudió con mi padrastro en la universidad y juntos decidieron formar una empresa de desarrollos urbanísticos, al graduarse.

Es una de esos hombres con que uno puede contar al momento de solicitar ayuda ante algún imprevisto, sin el miedo de que luego "te cobrará el favor".

"Fabi…ese perfume me parece conocido. Déjame adivinar" - me dice Mauricio de forma confiada - "¡Ese es Lacome Forever!".

Ante tan acertada respuesta le respondí:

"Por supuestísimo, Mauricio. No podía ser de otra manera. Es lo que mi piel demanda".

Con la confianza de un padrino que muestra orgulloso a su ahijada, Mauricio me toma de la mano y me invita a salir al encuentro de mis nuevos compañeros de trabajo.

En este andar, siento como las miradas están siendo robadas por mis curvas y esa elegante forma de caminar que tengo.

Como cosa "extraña" en mí, pienso que más de uno debe ya estar viendo cómo se me ve el culo al caminar.

Los hombres son unos animales depredadores; no pueden disimular sus deseos carnales cuando transita una mujer. Nos desean al momento, sin más, con solo verte.

Creo que, de no existir las normas de convivencia social, ellos comenzarían a salivar, cual perro de Paslov y nos arrancarían la ropa sin ningún miramiento.

Ya llegando a la zona de obra, veo que están algunos obreros reunidos.

Se encuentran ansiosos, como esperando a alguien y Mauricio comienza a hablar:

"Jóvenes, les presento a mi hija Fabiana", exclama Mauricio. "Fabiana va a comenzar con nosotros a partir de hoy en la obra. Demando de ustedes, la mayor ayuda para que no se le haga tan difícil ponerse al tanto del desarrollo de la misma".

Me hizo sonrojar.

Mauricio comienza a presentarme parte del equipo de hombres que laborarán conmigo.

El primero es Ignacio. Es un hombre alto. Su tez es de piel blanca, ya que es nieto de italianos. Tiene aspecto de nerd. Eso no le resta atractivo.

Luego vendría por presentarme a Felipe, oriundo de México. Parece que Felipe pasó largo tiempo bronceando su piel en las playas de Cancún.

También es buenmozo.

El último en presentarme es a Don Eustaquio.

Es de color moreno oscuro. La verdad, los hombres "negros" no son de mi gusto.

Es fornido y de rostro curtido y sus rasgos parecen ser como de las zonas negroides de Latinoamérica.

"Bienveída seoríta", me expresa con voz lenta, fuerte y de acento haitiano. Es quien mas aprieta mi mano al presentarse.

¿Habrá sido "Bien Veída" lo que quiso decirme?

Luego de la grata presentación, Mauricio le indica a Ignacio reunirse conmigo en la oficina de juntas para los supervisores.

"¿Te gusta negro o bien cargado de leche, Fabiana?" - me pregunta Ignacio muy serio.

"¿Perdón?", exclamé extrañada.

Fui inmadura, lo sé. Pero mi mente es un tanto "sucia" con las palabras.

No pude evitar sonrojarme otra vez y hacer un guiño con los labios y alzar mis cejas.

"¿Qué si el café te gusta negro o bien o con algo de leche, Fabiana?" – volvió a preguntar Ignacio un tanto más relajado.

“Esteemm.. Bien. Me gusta término medio. ¿Se puede?” – pregunté con algo de picardía.

“Claro, por su puesto. Ya había oído algunas cosas sobre ti, no obstante, desconocía como te gustaba el café. Te digo que no te ves una chica que le guste las cosas a media”-dijo Ignacio.

Me estaba agradando la conversación con Ignacio. Hasta ahora se había comportado como todo un caballero y no se había propasado conmigo. Pero ese rostro de “niño tranquilo” me hacía pensar en que tanta caballerosidad era una máscara; una fachada.

“Pues sí, no te equivocas en tu parecer sobre mí y como me gusta todo completo, cuéntame, ¿Qué has oído de mí?” –dije-.

“Solo mentiras. Tus excompañeros de la universidad dicen que eras bastante odiosa y ácida.” – dijo Ignacio.

“Oye Ignacio, sucede que ahora ser sincero es ser odioso. Hay etiquetas sociales y las personas la usan a la ligera. Pues sí, soy bastante odiosa. Ya lo sabrás de café en café.” – dije con cara de pícara y sonreí.

“De café en café. ¡Jajaja!. Estuvo bueno eso ¿eh?” – dijo Ignacio ya más relajado.

En un momento, acercó su silla más hacia mí y pude percibir el rico aroma de su perfume cítrico y varonil que penetraba con una mezcla rara de invasión sutileza a mis fosas nasales.

Percibí con este gesto, que Ignacio ya estaba más relajado y estaba más abierto conmigo.

Esta reunión que tuvimos, transcurrió de la manera más ligera.

Hablamos sobre los avances del proyecto y de la ambiciosa visión de grandeza de la compañía en cuanto al desarrollo inmobiliario.  Me enseñó algunos planos, revisamos algunas cosas más, conversamos sobre cosas de la universidad, relajando así tantos números.

En realidad no se me hizo aburrido el día, aun sabiendo que no quería volver a estar todo un día metida en una oficina “viendo números”.

Eran casi las 6:45 pm y ya estaba algo oscuro, cuando me dije a mí misma “basta” de tanta jornada laboral.

Ignacio ya hacía unos 15 minutos que se había retirado de la obra y solo quedaban los vigilantes y uno que otro obrero, por lo que yo podía oír desde dentro de la oficina.

Tomé mis cosas, y me di cuenta al pararme en el marco de la puerta, que la oficina, estaba contigua a una zona despejada de la obra, un tanto abandonada. Se veía que allí dejaban sus cosas los obreros, luego de culminar su jornada.

Mi curiosidad se despertaba.

Como quería ver un poco más y conocer, caminé hasta un poco más detrás.

Vi que habían unas cuantas palas, poca luz y una especie de cuarto y baño improvisado.

“Aquí debe ser el cuarto de los obreros” – pensé para mí.

Cuando ya estaba regresando a la oficina y luego de mi revisión exhaustiva una voz fuerte y casi ronca me dice:

“! Látima que a uté no gúta café negro¡”

¡Dios Mío Santo!. Casi muero de susto.

Era Don Eustaquio.

“Don Eustaquio - ¿Cómo está usted?, ¿Qué hace aun por acá?” – pregunté algo nerviosa y dubitativa.

“Bueno eñorita Faiana. Reulta que a vece me quedo en la obra a dormí. Se me hace dificil volvé a casa”.

Lo que me estaba contando Don Eutasquio tenía sentido, pero me quedé con la duda del porque me decía que lastimosamente no me gustase el café negro, por lo que mis nervios pasaron a ser molestia y le pregunté:

“Oiga Don Eustaquio, ¿Cómo es eso de lástima que no me gusté el café negro?, ¿acaso usted espía conversaciones ajenas?” – pregunté algo molesta en realidad.

“No se molete seorita. Yo jútamente andaba detrá de la oficina y pue yo ecuché cuando usté hablaba. Mire” – exclamó Don Eustaquio y con sus largos y gordos dedos, señalaba hacia la ventana de la oficina. “Uté taba cerca de la ventana y coincide que éte negro oyó cuando usté habló.” – me dijo con una mirada que mezclaba inocencia con picardía.

Soy una mujer de cuidarme al hablar. No me gusta hablar en voz alta.  A decir verdad, solo alzo la voz cuando en verdad estoy siendo bien cogida.

Nose, algo me decía que Don Eustaquio no estaba allí de manera casual. Para mí que el muy atrevido se colocó allí a espiar mi charla con Ignacio.

Tomé un respiro y decidí calmarme un tanto. Pensé que no había que armar tanto alboroto por lo que tal vez sería una pequeña broma o juego de palabras de un obrero. No me mal interpreten pero, las personas “afros” las prefiero con algo de distancia. No soy racista.

“No soy racista Don Eustaquio. Solo dije que no me gusta el café negro. Eso en nada tiene que ver con alguien como usted. Esté tranquilo. Ya me voy” – dije para aligerar más la tensión del momento.

Al negro Don Eustaquio, se le dibujó ó, mejor dicho, se le intentó dibujar una sonrisa en el rostro. ¡Madre Mía!, que dientes tan deformados tenia este hombre. 

Imaginé lo triste que debía ser su vida como hombre seductor, al no poder conquistar a una mujer con semejante presentación dental.

“Hasta mañana Don Eustaquio” – dije y me retiré hasta el estacionamiento.

Encendí mi auto y como siempre, busqué algo que escuchar para conducir a casa.

Este día había sido genial y decidí parar en un pequeño “súper” de mi ciudad a comprar un vino tinto.

Esta noche sería de degustar mi rico tinto y antes de ir a descansar, algunas cosas que viví me pusieron a pensar.


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